Las empresas familiares representan el 78 por ciento de las sociedades mercantiles asturianas, pero sólo el 11% es grande.
Su pequeño tamaño constituye un obstáculo para su apertura al exterior (sólo el 27% de ellas exporta) y para la innovación: el 76 por ciento dedica menos del 2% de su beneficio a innovación y desarrollo. Así se desprende de un estudio de la Cátedra de Empresa Familiar de la Universidad de Oviedo desarrollado por su directora, Susana Menéndez Requejo, y por el becario Juan Carlos Rojas Chamorro, y que ha sido financiado por el Instituto de Desarrollo Económico del Principado de Asturias (IDEPA).
El estudio, «Situación y retos de las empresas familiares en Asturias», asegura que el crecimiento es el reto más importante al que han de hacer frente estas empresas asturianas. Las razones de que las familiares no consigan crecer como les gustaría es, según Menéndez Requejo, «el miedo de este tipo de compañías a asumir riesgos y su tendencia natural a huir del endeudamiento». Ambos factores, si bien las traban para aumentar en tamaño, son, a la inversa, sus principales bazas para soportar mejor los envites de la crisis económica, asegura la profesora Menéndez Requejo.
La mayoría de las empresas pretende crecer solamente según lo que les permita su autofinanciación, es decir, sin depender de los bancos. Las pocas compañías que se plantean crecimientos más significativos consideran como principales vías la adquisición de otras empresas o el endeudamiento.
Tener un mayor tamaño tiene ventajas. Según recoge el estudio, «una mayor dimensión favorece la competitividad y es clave para atraer y retener talento en los diferentes puestos de la empresa». Lo que sí constata el informe es que, según avanzan las generaciones, el tamaño de las compañías familiares asturianas va en aumento. El estudio señala que el 84% de estas empresas en primera generación tiene entre 10 y 50 trabajadores y que el resto es mediano. No hay ninguna que sea grande. En la segunda y tercera generación el 67% sigue siendo pequeño, mientras que el 11% ya ha conseguido la categoría de grandes.
A pesar de su escaso tamaño, el peso de las sociedades familiares en el tejido económico sí es muy importante. De hecho, cerca del 78% de las 73.124 empresas que hay en la región son de propiedad familiar. Según los últimos datos del Instituto de la Empresa Familiar, estas compañías representan el 70% del producto interior bruto (PIB) de España y el mismo porcentaje en cuanto al empleo privado. A nivel europeo hay casi 17 millones de empresas de este tipo, que dan trabajo a 100 millones de personas.
Otro de los mayores quebraderos de cabeza de estos empresarios es conseguir una mayor profesionalización en la gestión de su compañía. Lo más frecuente, según el estudio, es que el máximo ejecutivo sea el accionista mayoritario o que este cargo lo ocupe un familiar del propietario. Tan sólo en un 5% de las compañías asturianas de primera generación el gerente es un profesional con cualificación y no un familiar. «Profesionalizar la gestión de las compañías no debe implicar necesariamente que los familiares abandonen los puestos ejecutivos», arguye Menéndez Requejo, «pero la cuestión principal que se debe analizar es si el equipo directivo está suficientemente cualificado para abordar la dirección de la empresa con una competencia óptima».
Aunque fichar profesionales ajenos a la familia puede ser el caldo de cultivo para provocar enfrentamientos. El estudio de la Universidad de Oviedo asegura que una de las principales causas de que se generen conflictos de puertas hacia adentro de estas empresas es que haya familiares en puestos de trabajo que dependen de un directivo que no pertenece a la familia, normalmente en ramas intermedias de la dirección. Y esta situación ocurre con más frecuencia de lo que cabe esperar. El informe señala que este tipo de casos se da en casi el 30% de las compañías de la región.
El 73% de las empresas familiares asturianas no exporta. Los autores del informe señalan que esto se debe principalmente al pequeño tamaño de las compañías. Tampoco la innovación y el desarrollo atraen a estas sociedades. El 76% de ellas destinó en el año 2000 menos del 2% de sus beneficios a I+D. Y tan sólo el 5% realizó un desembolso superior al 10% con ese fin. Pero Menéndez Requejo matiza que esta situación es similar a la que se da en las empresas que no son familiares, en las que la inversión en investigación también es mínima en la mayoría de los casos.
Publicado en el Periódico La Nueva España
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